Oxitocina en nosotros
Olga Peñagarikano también conoce bien la oxitocina, pero ha limitado su estudio a una sola especie: la nuestra. Dice que se conoce desde hace tiempo, sobre todo relacionado con la reproducción: “Es sabido que es responsable de las contracciones que sufre el bebé durante el parto, así como de la subida de la leche al pecho durante la lactancia”.
Sin embargo, en los últimos diez o doce años se ha puesto mucho interés en aclarar sus funciones cerebrales. “Después de su aparición en la hipófisis, se ha descubierto que no sólo fluye a la sangre, sino que también en el cerebro, donde tiene otras funciones, más que relacionadas con el sexo y la reproducción, con el comportamiento social. Por eso, hoy en día se investiga mucho en el ámbito de las alteraciones de la cognición social, que puede ser adecuada para el tratamiento, como el autismo y la esquizofrenia”, ha explicado Peñagarikano.
De hecho, Peñagarikano investiga si puede ayudar en el autismo. Para llegar a él ha recorrido varios años: “Estudié Biología en Leioa y hice mi tesis en el Departamento de Genética en relación al síndrome de X frágil. Este síndrome provoca un retraso mental muy relacionado con el autismo. El autismo, por su parte, es una agitación del desarrollo y, en los que lo tienen, la característica más destacable es la dificultad en el comportamiento social. Al conocer todo esto de cerca me interesó”.
Al finalizar su tesis se trasladó a Estados Unidos para realizar una estancia postdoctoral, donde ha trabajado durante diez años como investigador. “Aquella experiencia me permitió profundizar en las bases neurobiológicas del comportamiento, especialmente en el comportamiento social”, ha precisado.
A partir de los ratones
Hasta ahora ha trabajado con animales, con modelos de ratón del autismo, buscando razones biológicas relacionadas con alteraciones del comportamiento. Y es que, según Peñagarikano, “en la actualidad, el diagnóstico del autismo se basa en el comportamiento; no es posible diagnosticar mediante tests genéticos o análisis de sangre. Por tanto, sería de gran ayuda encontrar algún indicador biológico para el diagnóstico, para el inicio y para el posterior tratamiento”.
Confiesa que se encontró casi por casualidad con la oxitocina: “Con estos ratones probábamos tratamientos farmacológicos que podían dar buenos resultados y luego les hacíamos tests de comportamiento para ver cómo les afectaban las sustancias probadas. Por ejemplo, probamos el conocido Procac, que en realidad se utiliza principalmente para tratar la depresión, pero parece que puede ser beneficioso en casos como la ansiedad social. Y también probamos la oxitocina y la vasopresina, entre otras cosas”.
Así vieron que la oxitocina daba los mejores resultados. Es más, además de mejorar el comportamiento en los modelos de ratón del autismo, los ratones normales utilizados como control no se percibían. De ahí que Peñagarikano concluyera que quizás el mayor beneficio se realizaría a quienes presentaban una carencia en el sistema de neurotransmisión de la oxitocina, y comenzó a profundizar en su funcionamiento.
Así, demostró que el modelo de ratón del autismo presenta niveles de oxitocina inferiores a los normales. Por ello, la administración de oxitocina mejora el comportamiento social, mientras que a quienes tienen un nivel de oxitocina normal no les afecta un poco de oxitocina.
Peñagarikano ha dejado claro que su modelo de ratón no es el único que sirve para investigar el autismo. Su origen está en un gen específico relacionado con el autismo, y otros tienen otras variantes genéticas. Sin embargo, muchos tienen alguna carencia en el sistema de neurotransmisión de la oxitocina.
De ratón a personas
Dentro del espectro autista no existe una única razón biológica para todos los casos. Por lo tanto, Peñagarikano cree que con el tiempo se conseguirá diferenciar los subgrupos entre los que tienen síndrome autista. “Creo que uno de estos grupos será el de los que tienen carencias en el sistema de neurotransmisión y a los que, en nuestra opinión, más beneficiará el tratamiento de la oxitocina”.
Es importante, por tanto, identificar a las personas de este subgrupo. Sin embargo, el sistema de neurotransmisión de la oxitocina es muy complejo, con la participación de numerosas moléculas. Por tanto, el diagnóstico tampoco es fácil. “Se puede hacer basándose en genes”, afirma Peñagarikano, “identificando cambios tanto en los genes que codifican la oxitocina como en los que codifican el receptor. Sin embargo, otras variantes genéticas pueden estar involucradas, por ejemplo, en genes con función modulante, etc. Por otro lado, también se mide el nivel de oxitocina en sangre, ya que puede estar relacionado con el cerebro”.
No obstante, a la hora de realizar ensayos clínicos en las personas, Peñagarikano ha destacado un buen aspecto de la oxitocina: “Desde hace tiempo ha sido aceptado para uso médico y se utiliza principalmente para provocar el parto, por lo que disponemos de una amplia experiencia sobre su seguridad. Es cierto, sin embargo, que en los partos sólo se da en ese momento concreto y no sabemos si puede tener efectos secundarios a largo plazo, por lo que debemos tenerlo en cuenta”.
Pero ahí también tiene un lado bueno, según Peñagarikano: “El sistema de oxitocina tiene un feedback positivo, lo que significa que cuanto más se da más genera. Por lo tanto, debemos analizar cuál es la mejor manera de administrarla, ya que es muy probable que una vez iniciado un tratamiento crónico no sea necesaria su administración diaria. Tal vez sea suficiente una vez a la semana para mantener los niveles de oxitocina necesarios. Todavía quedan por hacer este tipo de investigaciones”.
En estos momentos Peñagarikano está trabajando con otros modelos de ratón para saber si los demás también tienen esa carencia en el sistema de neurotransmisión de la oxitocina. Y tiene muchas esperanzas de que pronto se incorpore a los pacientes. De hecho, ha empezado a trabajar con la Asociación Guipuzcoana de Autismo, Gautena. “Está teniendo una experiencia muy buena, al fin y al cabo he estado investigando con los ratones, y eso es necesario, pero el objetivo final es ayudar a las personas. Así que decidí ponerme en contacto con Gautena y me han cogido de brazos abiertos”, dice Peñagarikano.
Así, han presentado conjuntamente un proyecto de investigación. La idea es que los niños de Gautena tomen muestras de ADN a través de la saliva y observen cómo se encuentran estos genes alterados en el sistema neurotransmisor de la oxitocina en las secuencias de ADN infantil. A continuación se analizará la posibilidad de realizar un ensayo clínico con niños que puedan responder adecuadamente al tratamiento de la oxitocina.
“Tengo muchas ganas de poner en práctica el trabajo de laboratorio e intentar ayudar a los que tienen autismo”, ha reconocido Peñagarikano. Antes de empezar, parece que tendrá bastante trabajo para conseguir todos los permisos y financiación, “pero merece la pena esforzarse y probar si la oxitocina les beneficia”. Al menos tiene serios indicios para ser esperanzador.
https://zientzia.eus/artikuluak/oxitozina-itxaropenaren-hormona/es/
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