Conflictos, negociación y mediación












Dos hermanas crecían felices y despreocupadas. Cuando no estaban con sus maestros, correteaban por el jardín bajo la mirada atenta de su orgulloso padre ¡Daba gusto ver que eran tan buenas y se llevaban tan bien!
Pero un día, algo sucedió. Las dos pequeñas estaban entretenidas bajo un naranjo cuando, de repente, surgió una pelea entre ellas ¡Parecían fieras! Empezaron a tirarse de los pelos y a insultarse la una a la otra como si estuvieran poseídas por el mismísimo diablo.
Su padre no daba crédito a lo que estaba viendo. Con los ojos como platos, dijo a viva voz:
– ¿Cómo es posible que esas niñas tan correctas e instruidas se estén pegando de esa manera?
Su maestro estaba junto a ellas y el padre de las niñas le llamó al orden inmediatamente.
– ¡Venga aquí! Usted lo ha visto todo de cerca ¿Quiere explicarme qué les sucede a mis hijas? ¿Por qué se pelean como salvajes?
– Señor… Es por una naranja.
– ¿Qué me está usted diciendo, maestro? Por una… ¿naranja?
– Como lo oye, señor. Desgraciadamente, el naranjo sólo ha dado una esta temporada y las dos quieren quedársela. Ese es el motivo por el que se han enzarzado en una violenta discusión.
– ¡Pues ahora mismo pondremos fin a esa estúpida pelea! ¡Coja ahora mismo un cuchillo, divida la naranja en dos partes exactamente iguales y fin de la cuestión!
– Pero, señor…
– ¡No se hable más! La mitad para cada una ¡Es lo más justo!
El maestro se alejó a paso acelerado y cogió la naranja de la discordia. Desenvainó una pequeña espada y de un golpe seco, seccionó la naranja con un corte limpio en dos mitades exactamente iguales, tal y como le había ordenado Ben Tahir.  Hecho esto, dio a cada niña su mitad.
El padre, a escasa distancia, observó la escena convencido de que el problema estaba  arreglado, pero se extrañó cuando vio la reacción de sus hijas que, con los ojitos llenos de lágrimas, se sentaron tristes y en silencio sobre la hierba.
El padre de las niñas llamó de nuevo al maestro.
– ¿Qué les sucede a mis hijas? ¡Ya tienen lo que querían!
– No, señor… Perdone que se lo diga, pero eso no es cierto. En realidad, su hija mayor quería comerse la pulpa, pues como sabe, adora la fruta. La pequeña, en cambio, sólo quería  la piel para hacer un pastel, ya que es muy golosa y buena repostera. En realidad, dividirla a la mitad no ha sido una buena solución.
– ¿Cómo os atrevéis a decirme eso? Intenté hacer lo más justo ¡No soy adivino!
– Señor, la solución era sencilla: si les hubiera preguntado, ellas le habrían contado cuáles eran sus deseos.
Y así fue como el impetuoso  padre de las dos chiquillas se dio cuenta de que,  antes de actuar como mediador, siempre hay que pensar las cosas e informarse bien. 
Este cuento nos enseña que nunca debemos dar por hecho que lo sabemos todo ni tomar decisiones que afectan a otros sin estar seguros de cuáles son sus intereses, necesidades, sentimientos u opiniones. Ya sabes: pregunta y no proyectes en los demás intereses que hablan más de tí que de los otros. 

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