Terapia e intervenciones en situaciones de duelo

Elaborar el duelo supone no sólo integrar la pérdida, asumir la desaparición del ser querido, aceptar que murió, sino también integrar la propia mortalidad, cuya conciencia se hace más patente con ocasión de la muerte de la persona querida. También hay muerte, pues, en los supervivientes.                                                                                                                                         José Carlos Bermejo

 

La meta de la terapia es identificar y resolver los conflictos que impiden completar las tareas del duelo a personas cuyo duelo no aparece, se retrasa, es excesivo o prolongado. Es decir: que sufren lo que conocemos como duelo complicado. La terapia la llevará a cabo un psicólogo experto en duelo.

Es importante conocer la diferencia conceptual entre los términos duelo, luto y pérdida, ya que todos ellos se refieren a reacciones psicológicas de los que sobreviven a una pérdida

• Duelo: sentimiento subjetivo provocado por la muerte de un ser querido.  La palabra “duelo“ procede del latín “dolus“ y significa “dolor“, es decir: sin atravesar el dolor no se supera el duelo.

• Sentimiento de pérdida: sentirse privado de algo muy querido, insustituible definitivamente y para siempre, a consecuencia de la muerte 

• Luto: expresión social de la conducta y las prácticas posteriores a la pérdida: llorar, lamentarse, exteriorizar la pena, vestir, comer, acudir a la iglesia, visitar la tumba, etc. Es una necesidad para mantener el dolor abierto y en algunas culturas incluso una exigencia social o religiosa. 


¿Cuándo es necesario ir a terapia de duelo?

Una de las claves que indican la necesidad de acudir a terapia es el hecho de sentir que el proceso no avanza, que las sensaciones no han variado ni en duración ni en intensidad durante cuatro o cinco meses. Los cambios indican que el proceso está vivo, mientras que la ausencia de estos apunta a que existe un bloqueo que hay que atender en terapia.

A veces la terapia le sirve a la persona doliente para mitigar o aliviar una angustia insoportable, o para desahogarse y vaciarse cuando no puede hablar de sus emociones con su familia y su entorno. También es útil cuando se quiere buscar un significado profundo a la pérdida, darle un sentido a la vida o cuando las creencias sobre las que ésta se asentaba han quedado arrasadas por la muerte del ser querido.

Aún en estas circunstancias, la decisión de ir a terapia es algo subjetivo que cada doliente debe reconocer en sí mismo. No hay que acudir a terapia por “recomendación de”, sino porque uno siente que la necesita. El reconocimiento de esa necesidad, certero o no, es el inicio del proceso.

Cuando se acude a terapia sin estar convencido/a por recomendación del médico o de un amigo/a, la motivación para seguir asistiendo es pequeña, ante cualquier contrariedad, la persona, abandonará la terapia, quemando un recurso que en otras circunstancias podría haber sido útil.  

El inicio de la terapia tiene que darse en el momento adecuado, una vez que la persona doliente se sienta preparado, ya que el duelo nos da la oportunidad de actualizar o reconstruir nuestro mundo interior. El duelo como tal no es una enfermedad, y que por lo tanto, la inmensa mayoría de las personas dolientes no precisarán de intervención alguna, bastándoles sus recursos personales, familiares y sociales para elaborar correctamente el duelo y adaptarse a la nueva situación vital. 

Intervención en duelo

La pérdida de alguien significativo produce una amplia gama de reacciones que pueden y deben considerarse como normales y adaptativas, tal y como hemos visto en apartados anteriores.

No debemos olvidar que la mayoría de las personas son capaces de afrontar y realizar adecuadamente el duelo sin ayuda. Las decisiones diagnósticas y de intervención han de ser prudentes para evitar la interferencia en un proceso humano normal.

Para poder considerar un duelo como posible patológico, deberíamos tener en cuenta los siguientes criterios (Cabodevilla, 2003):

Falta de respuesta o respuesta débil durante las semanas que siguen a la pérdida. Prolongación del embotamiento afectivo.

Tras las primeras semanas persisten emociones muy intensas de rabia, resentimiento, tristeza o culpa.

El/la deudo/a no puede hablar durante la entrevista de la persona fallecida sin experimentar un intenso dolor.

La persona que ha sufrido la pérdida no quiere desprenderse de ninguna pertenencia material que pertenecía al difunto, o, por el contrario, se deshace precipitadamente de todos los objetos (evitación fóbica).

Cuando algún acontecimiento relativamente poco importante desencadena una intensa reacción emocional.

El/la deudo/a no hace la menor referencia a la pérdida, evitando cualquier circunstancia que pudiera recordarle.

La persona doliente ha desarrollado síntomas físicos como los que experimentaba la persona fallecida antes de la muerte, incluso imita a éste en gestos, conductas, etc.

El/la deudo/a realiza cambios radicales en su estilo de vida después de la muerte de su ser querido.

Miedo desmesurado a la enfermedad y a la muerte, hipocondría, consultas frecuentes al médico.

Impulsos destructivos y autodestructivos con abuso del tabaco, alcohol. En su grado extremo puede llevar a realizar intentos de suicidio.

Si tras el primer año desde que falleció el ser querido, no hay ningún signo de recuperación.

Cuando a los 2 ó 3 años de la pérdida no hay una clara evolución satisfactoria.

Si la persona presenta una larga historia de depresión subclínica, marcada por la culpa persistente y baja autoestima.

Los objetivos generales de la intervención ante el duelo, según William Worden (2013) son:

• Ayudar a la persona a que acepte la realidad de la pérdida.

• Ayudar a elaborar las emociones y el dolor que implica la pérdida.

• Ayudar a la persona doliente a adaptarse al mundo ahora que la persona fallecida ya no está.

• Y, por último, ayudarle a recolocar psico-emocionalmente al fallecido.


Para conseguir estos objetivos, Losantos (2015) propone seguir una serie de principios generales que pueden orientar la intervención:

• Hablar de la muerte (y de todo lo relativo a ella) ayuda y alivia.

• No existe un duelo igual a otro. Sólo nuestra escucha atenta nos ayudará a descubrir las claves de cada proceso.

• Fomentar la expresión de las emociones y el dolor.

• Explicar en líneas generales en qué consiste el proceso de duelo facilita que la persona se sitúe dentro de él y no se sienta tan perdida.

• Ayudar a dar respuesta a las preguntas que sí la tienen.

• Fomentar la reconstrucción del mundo personal de significados tras la pérdida (valores, creencias, la propia identidad, etc.). 


http://www.secpal.com/Documentos/Blog/01_MONOGRAFIA%205%20-%20OK-20140622%20Para%20imprenta%20final%20final.pdf

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